“La idea de que debemos unirnos por compartir un género específico no tiene sentido para mí. Las identidades son siempre un error. Me interesan las propuestas que tienen que ver con la discriminación basada en normas de género. Debemos alienarnos con personas con las que compartimos objetivos, no con personas con las que compartimos el género, en especial en lo que refiere a la igualdad; por ejemplo, los movimientos anti-discriminación y de trabajadores, incluso aunque haya cierto agonismo. Es un error terrible alinearse en la lucha solo en base al género porque además, en cualquier movimiento, siempre hay gente que no es tan radical, incluso feministas sin análisis sobre el racismo o la clase. (Judith Butller)”
Pensar sin género es posible, está es una afirmación que realmente me emociona, sería capaz de repetirla hasta quedar sin habla frente a un millar de personas y esperar que su simple y potente afirmación permeara el espíritu de todos los presentes; sin embargo suspiro siempre al final de enunciarla ¿por qué? Tal vez se manifiesta en esa exhalación de aire una especie de resignación por nuestro tiempo y espacio, nuestra realidad repleta de realidades tan diversas como similares, tan fragmentadas como unidas.
Me concibo ávida por vivir sin un género específico, por voltear a mi alrededor y experimentar seres humanos libres de prejucio cargados sólo de amor hacia el otro y a sí mismos. Concuerdo en pensar en la unidad con aquellos con los se comparten ideas y sentidos, aquellos con los que se persigue una misma realidad utópica y, para mí, cercana; aquellos con los que puede vivirse una lucha unificada por mi derecho, por el derecho del otro, por el derecho de todos, sin dividirnos entre mujeres, hombres, indígenas, campesinxs, homosexuales, discapacitadxs, migrantes, sujetos dolientes o “sanos”, divididos y unificados. Y, sin embargo, también me pregunto ¿Podríamos todos enunciar estas palabras? ¿Deberíamos todos enunciar estás palabras? ¿Bajo qué criterios?
Para poder deconstruir nuestra identidad es impredecible partir de un modelo pre-construido que se nos ha sido otorgado, vendido, impuesto, heredado, o como cada uno de nosotros lo experimentemos; del cual hemos tomado y dejado elementos para construirnos y entendernos, y del cual podemos también destilar la fuerza para cambiar nuestro entorno. Todo se produce en procesos, nosotros no elegimos nacer en la forma en la que nacimos, ni el día, ni el lugar, ni la hora, ni siquiera elegimos nacer, como dice un gran amigo, sin embargo ejercemos una relación con el mundo de ida y vuelta, como individuos, como sociedad y sociedades; somos series y relaciones de historias, por tanto estamos de pie en diversos escenarios, podría pensarse en ese sentido que en ciertos espacios es imprescindible la reflexión sobre lo que significa ser hombre y ser mujer, que bajo ciertos contextos es ilógico plantear la posibilidad de pensar sin género, sobre todo cuando dentro del escenario están implícitas situaciones de violencia y discriminación, que debemos enfocarnos en visualizar los puntos de unión que nos llevan a ser mujeres y hombres y a cubrir diversos roles según nuestra preferencia sexual, política, religiosa, etc. Lo que trato de decir es que, no estaríamos hablando de esta reflexión si la historia hubiera sido diferente, que tal vez ha sido, no necesaria, sino crucial, el pensarnos diferentes para poder empoderarnos de nuestra identidad de género y después caer de nuevo en la cuenta de que una deconstrucción crítica podría dirigirnos hacia una mejor forma de coexistir como seres humanos, sociables, civiles, etc.
No sé si falte mucho o poco, pero puedo decir a favor de mi argumento que he vivido en ambos polos, que he experimentado la desunión (que no es lo mismo que la desiguldad), la violencia, el asco y que he experimentado algo muy cercano al “no significado” en el apartado de género entre un grupo de seres humanos conviviendo en un mismo espacio. Me interesa lanzar palabras y actos contra la violencia de todo tipo, y lanzar palabras y actos a favor de un derecho universal garantizado a todos al momento de nuestro nacimiento.
Melissa García Aguirre
4 noviembre 2013
Pensar sin género es posible, está es una afirmación que realmente me emociona, sería capaz de repetirla hasta quedar sin habla frente a un millar de personas y esperar que su simple y potente afirmación permeara el espíritu de todos los presentes; sin embargo suspiro siempre al final de enunciarla ¿por qué? Tal vez se manifiesta en esa exhalación de aire una especie de resignación por nuestro tiempo y espacio, nuestra realidad repleta de realidades tan diversas como similares, tan fragmentadas como unidas.
Me concibo ávida por vivir sin un género específico, por voltear a mi alrededor y experimentar seres humanos libres de prejucio cargados sólo de amor hacia el otro y a sí mismos. Concuerdo en pensar en la unidad con aquellos con los se comparten ideas y sentidos, aquellos con los que se persigue una misma realidad utópica y, para mí, cercana; aquellos con los que puede vivirse una lucha unificada por mi derecho, por el derecho del otro, por el derecho de todos, sin dividirnos entre mujeres, hombres, indígenas, campesinxs, homosexuales, discapacitadxs, migrantes, sujetos dolientes o “sanos”, divididos y unificados. Y, sin embargo, también me pregunto ¿Podríamos todos enunciar estas palabras? ¿Deberíamos todos enunciar estás palabras? ¿Bajo qué criterios?
Para poder deconstruir nuestra identidad es impredecible partir de un modelo pre-construido que se nos ha sido otorgado, vendido, impuesto, heredado, o como cada uno de nosotros lo experimentemos; del cual hemos tomado y dejado elementos para construirnos y entendernos, y del cual podemos también destilar la fuerza para cambiar nuestro entorno. Todo se produce en procesos, nosotros no elegimos nacer en la forma en la que nacimos, ni el día, ni el lugar, ni la hora, ni siquiera elegimos nacer, como dice un gran amigo, sin embargo ejercemos una relación con el mundo de ida y vuelta, como individuos, como sociedad y sociedades; somos series y relaciones de historias, por tanto estamos de pie en diversos escenarios, podría pensarse en ese sentido que en ciertos espacios es imprescindible la reflexión sobre lo que significa ser hombre y ser mujer, que bajo ciertos contextos es ilógico plantear la posibilidad de pensar sin género, sobre todo cuando dentro del escenario están implícitas situaciones de violencia y discriminación, que debemos enfocarnos en visualizar los puntos de unión que nos llevan a ser mujeres y hombres y a cubrir diversos roles según nuestra preferencia sexual, política, religiosa, etc. Lo que trato de decir es que, no estaríamos hablando de esta reflexión si la historia hubiera sido diferente, que tal vez ha sido, no necesaria, sino crucial, el pensarnos diferentes para poder empoderarnos de nuestra identidad de género y después caer de nuevo en la cuenta de que una deconstrucción crítica podría dirigirnos hacia una mejor forma de coexistir como seres humanos, sociables, civiles, etc.
No sé si falte mucho o poco, pero puedo decir a favor de mi argumento que he vivido en ambos polos, que he experimentado la desunión (que no es lo mismo que la desiguldad), la violencia, el asco y que he experimentado algo muy cercano al “no significado” en el apartado de género entre un grupo de seres humanos conviviendo en un mismo espacio. Me interesa lanzar palabras y actos contra la violencia de todo tipo, y lanzar palabras y actos a favor de un derecho universal garantizado a todos al momento de nuestro nacimiento.
Melissa García Aguirre
4 noviembre 2013