El día de ayer me dirigía a una reunión sobre la bicicleta. Durante todos los recorridos en bici es común recibir comentarios de la gente que nos observa, en la mayoría de los casos los ignoro, pero no fue el caso de ayer, ni de muchas otras ocasiones en las que no logro dirigir la frustración que me ocasiona tal fenómeno, debo confesar que mi intensión es siempre la de dialogar con el ejemplo sobre la bici y con la palabra en plataformas de diálogo, pero a veces no me sale.
Una persona me llama desde su local de mantenimiento de autos, me detengo y le pregunto ¿qué se le ofrece? A lo que me contesta que nadie me había llamado, sino que estaba cantando mientras lavaba un coche y me había confundido con su canto, excusa obviamente falsa. Molesta por el acto me dispongo a decirle “pues cántele a su abuelita, o a su mamá, o a su amigo aquí presente, pero a las muchachas que pasen por favor no les vuelva a decir nada”.
A penas subo a la bici me doy cuenta de lo terrible de mi comentario, pongo en claro que no tiene derecho a “cantarme”, ni creerse que su posición como varón le da un poder sobre mí, sin embargo reitero que posee ese poder y que puede usarlo en contra de las mujeres de su familia, como si ellas no fueran mujeres, como yo, o como si ellas no merecieran el mismo respeto que yo señalo. Caigo en la cuenta de la forma en la que “hicimos género” durante ese intercambio además llevado a cabo en un espacio que raya entre lo público y lo privado, la forma en la que me expongo ante el otro y lo violento a través de los cuestionamientos y el uso de la cámara no hace más que reiterar un paradigma binario y fragmentador, se manifiesta como síntoma de un malestar colectivo, pero no alimenta la transición, ni el diálogo hacía una verdadera equidad.
Cómo todas nuestras acciones, una más para añadir al campo de experiencias-aprendizajes, no me arrepiento, pero creo que puedo hacerlo mejor y que todos podemos hacer lo propio.
Melissa García Aguirre
Monterrey, México.
Agosto 2013
Una persona me llama desde su local de mantenimiento de autos, me detengo y le pregunto ¿qué se le ofrece? A lo que me contesta que nadie me había llamado, sino que estaba cantando mientras lavaba un coche y me había confundido con su canto, excusa obviamente falsa. Molesta por el acto me dispongo a decirle “pues cántele a su abuelita, o a su mamá, o a su amigo aquí presente, pero a las muchachas que pasen por favor no les vuelva a decir nada”.
A penas subo a la bici me doy cuenta de lo terrible de mi comentario, pongo en claro que no tiene derecho a “cantarme”, ni creerse que su posición como varón le da un poder sobre mí, sin embargo reitero que posee ese poder y que puede usarlo en contra de las mujeres de su familia, como si ellas no fueran mujeres, como yo, o como si ellas no merecieran el mismo respeto que yo señalo. Caigo en la cuenta de la forma en la que “hicimos género” durante ese intercambio además llevado a cabo en un espacio que raya entre lo público y lo privado, la forma en la que me expongo ante el otro y lo violento a través de los cuestionamientos y el uso de la cámara no hace más que reiterar un paradigma binario y fragmentador, se manifiesta como síntoma de un malestar colectivo, pero no alimenta la transición, ni el diálogo hacía una verdadera equidad.
Cómo todas nuestras acciones, una más para añadir al campo de experiencias-aprendizajes, no me arrepiento, pero creo que puedo hacerlo mejor y que todos podemos hacer lo propio.
Melissa García Aguirre
Monterrey, México.
Agosto 2013